En esa edad surge
el deseo de entender el por qué ocurren todas las cosas del universo. "Mamá, quiero un chicle"
"No, ahora no" "¿Por qué no?" "Porque ahora vas a
cenar" "Y ¿por qué voy a cenar ahora?" "Porque ya es de
noche y tienes que acostarte" "¿Por qué es de noche? ¿Por qué tengo
que acostarme ahora?"
Ese tipo de
conversaciones desesperantes para ambas partes, suelen acabar con un “porque sí” por parte del progenitor interrogado.
Seguramente será por cansancio, pero también porque llega un momento en el que
el adulto desconoce el por qué de algo que su hijo le pregunta.
Lo más habitual es
que en el momento, el niño se enfade, quizás insista, pero pronto su atención
se centra en otra cosa y olvida por completo que hay una pregunta sin respuesta
en su mente.
Entendemos que no sabemos la razón de todo cuando hablamos con un niño, y aceptábamos que no nos respondieran a todo cuando nosotros éramos los infantes. Sin traumas, sin sufrimiento de por medio, sin vueltas y vueltas a la cabeza.
Hoy en día, con 30
años soy peor de lo que era con 5. Asumo peor las cosas y a veces creo que he
ido para atrás en mi desarrollo emocional. El tema para este post se me ocurrió
ayer por la tarde, tomando algo con una de mis amigas (la que más ha aguantado mis
idas y venidas).
Ella me observaba
mientras yo le preguntaba por qué el último chico de mi lista de decepciones no
da señales de vida, quería saber si él ya me habría olvidado, si le he
importado tan poco como para no recordarme ni un instante de sus días. Su
respuesta fue lo más clara que podría ser: "¿y qué más te da todo eso? La
realidad es que no está, es que no escribe ni llama y el motivo da exactamente
igual".
Tenía razón, mi
parte cerebral le reconoce ese triunfo. A mi desarrollado aspecto emocional esa
respuesta le dejó igual que estaba, con una duda que me reconcome. No estoy
capacitada para aceptar que el adulto (en este caso él) no se siente frente a
mí y me explique que pasa en moto de mí y de mis sentimientos. Si lo hiciera,
quizás pudiera meterle en la lista de indeseables de una vez y para siempre
(mentira... :( ).
Cuando una relación acaba, habitualmente la ruptura pilla a uno de los miembros en la inopia. Con inopia quiero decir que para uno de los dos, la pareja iba bien, se querían, se amaban, se adoraban y ambos eran felices. Sin embargo, de pronto el otro le mira y le dice que se acabó, rompiéndole todos los esquemas. Es exactamente en ese instante en que volvemos directamente a los 5 años y comenzamos un interrogatorio que jamás obtendrá la respuesta que esperamos.
Tus cuestiones se
suceden y él cada vez más hastiado contesta. Sí, te quise. Sí, fui feliz. No,
ya no te quiero. No, no hay nadie más. No, no quiero que volvamos a intentarlo.
Sí, quiero ser tu amigo. Pero las preguntas que nos martirizan son ¿en qué
momento se fue todo por la borda? ¿Cuál fue el desencadenante? ¿Pude evitarlo?
Y la realidad es que ni la otra parte tiene las respuestas, ni nos
conformaríamos nunca con lo que nos diga.
No hay un minuto
exacto en el que él te haya mirado y haya dicho, "uy, pues parece que
empiezo a desenamorarme, mejor se lo digo a ver si podemos evitarlo". Eso
no pasa. Tú lo sabes bien, porque también tú te has desenamorado alguna vez sin
saber el por qué.
Así que si todo ha
terminado, no queda más que levantarse, sacudirse el polvo de la ropa, mirar
hacia delante y saber que sea lo que sea por lo que, se acabó. Como dije en un
post anterior, si no sabes nada es porque él no quiere que sepas, así que ¿qué
más da si no quiere que sepas porque te ha cogido asco, porque tiene fiebre
amarilla o porque esta con otra? El hecho es lo único que debería de importarte
para decidirte a seguir con tu vida.
Busca a esa
persona que sí quiera estar en tus días y se encargue de hacerte saber que piensa
en ti. Porque la realidad es que el martillear tu cabeza con cuestiones sobre él
y si... nunca te llevará a nada, más que a tardar más en descubrir que los
motivos, realmente nunca importan.
jajaj voy a empezar a tener cuidado de lo q hablamos q luego todo se sabe ;)
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