Érase una vez un mundo en el que los cuentos se
hacían realidad. Un mundo repleto de personas disfrazadas de personajes, un
enorme castillo rosa, un montón de espectáculos y niños admirando la fantasía, absortos.
Este mundo sin embargo es sólo un terreno que
alguien se ha dedicado a llenar de amores que nunca serán, de niños que nunca
crecen, de madrastras que reciben su merecido y de calabazas que se convierten
en carrozas.
La imaginación es uno de los bienes que los
adultos menos cultivamos, por lo que al observar ese mundo maravilloso, sólo
podemos ver disfraces, decorados y maquillajes. No recordamos que cuando éramos
niños, aquello era la verdadera magia.
Esa tierra fantástica existe, la real en la que
moras y en la que las cosas son difíciles, en la que el dinero es la base de
todo, en la que vives para trabajar, en la que intentas darles a tus hijos un
futuro mejor, esa también es cierta. Pero hay otra más.
Érase una vez un mundo en el que la realidad se
convirtió en cuento. Quizás no es un mundo que aún sobrevive, quizás es sólo un
recuerdo, pero si no es, lo fue.
Los cuentos de hadas, esos que he criticado en
anteriores posts no son siempre invención de una mente privilegiada, que no ha
dejado la imaginación escondida en un recodo de su cerebro al que nunca accede.
Pocas veces una persona vive una historia digna de ser contada, pero aunque son
casos excepcionales "haberlos
haylos, como las meigas".
El cuento de Blancanieves, por nombrar un
ejemplo, está inspirado en la vida de María Sophia Margaretha Catharina von
Erthal. Una joven que nació en el siglo XVIII en Alemania. Su madrastra (sí
ella también existió) fue Claudia Elisabeth María von Venniguen.
El castillo en el que vivió sus penurias y
alegrías está en el país europeo y, dentro de él, puede visitarse el espejo que
tantas declaraciones hacía. La realidad es que, parece ser, que por la
reverberación de los muros del palacio, si te sitúas delante de él y hablas, se
escuchan tus palabras repetidas (lo que viene siendo el eco, vamos).
Ni la madrastra era tan mala como en el cuento,
ni la joven que pasó a la historia como Blancanieves era tan dulce y bondadosa.
Sé que a estas alturas te estarás preguntando si realmente hubo siete enanitos
en la historia real, y la respuesta es que sí, pero en la vida real nada es tan
hermoso.
En aquella época se trabajaban las minas de
hierro y sólo los niños de determinada edad tenían el tamaño como para llegar a
ciertos recovecos, así que ellos eran los que picaban y cavaban, convirtiéndose
en viejos prematuros y desnutridos.
Si bien el cuento que conocemos hoy en día es ese
en el que se envenena a Blancanieves con una manzana envenenada (parece ser que
esa parte es cierta y se envenenó la fruta sumergiéndola en belladona, sin
magia de por medio), la narración ha ido cambiando con los años.
En la primera versión, la madrastra fue
castigada, una vez que la princesa se despertó, a bailar hasta morir con unas
sandalias de hierro. Desconozco el efecto que semejante final habría tenido en
la infancia de nuestra generación, pero seguro que los psicólogos a día de hoy
vivirían mejor. (Este tema es apto para un nuevo post jajja)
Sobre el verdadero final del cuento no hay datos,
quizás porque aunque la historia no sea del todo verídica, es mejor quedarse
con el... felices para siempre que con un final normal. Al fin y al cabo, ¿quién
no necesita un poco de esa magia? ¿Quien no quiere creer que eso pasó y que
quizás, mañana nosotros podemos ser los protagonistas de un cuento?
La realidad en cambio nos golpea cada día como un
mazo, haciéndonos ver que no hay nada novelesco en levantarse por la mañana,
preparar el desayuno para uno o para 10, ir a trabajar, llegar a casa, limpiar,
hacer la colada, recoger el querido hogar, buscar a los niños y descubrir que
ha pasado otro día de tu vida.
Pero, si lo piensas bien, el continuar aún sin
caballeros, ni príncipes, ni castillos, ni espejos, y conseguir arrancar
trocitos de felicidad a una existencia caótica en medio de una marabunta de
responsabilidades ineludibles, conseguir sonrisas donde había lágrimas y dar
todo de ti hasta quedarte vacía, para llenarte con lo que los que te quieren te
dan, eso pequeñ@s pandorit@s, eso es la verdadera MAGIA.
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