Por un lado, los dioses habitaban el Olimpo.
Desde su atalaya de conocimiento y poder, gobernaban los designios de los otros
seres que aceptaban su hegemonía sin oponer resistencia.
Por otro lado, los hombres. Ellos no eran como en
la actualidad, sino que se trataba de entes completamente redondos, con dos
caras, cuatro brazos, cuatro piernas y dos órganos sexuales. En los inicios del
mundo se consideraba a la hembra descendiente de la propia Tierra mientras que
el macho lo era del Sol. Cada órgano del cuerpo conocido en la actualidad,
estaba duplicado en ellos. Todos salvo uno: el corazón.
Con el paso del tiempo, estos seres arrogantes y
faltos por completo de humildad decidieron usurpar el poder que hasta ese
entonces les había correspondido a los dioses. Atentaron contra el Olimpo en un
acto desesperado por conseguir lo que ni siquiera necesitaban, despertando la
cólera de Zeus.
Quizás jamás en tu vida hayas escuchado esa
historia pero créeme, la vives a diario. Nos han hecho creer que somos la mitad
de un ser más desarrollado, más completo y mejor. El amor es compartir un alma
en dos cuerpos, es sentir que el otro nos llena un vacío que sentíamos antes de
conocerle. Es... es.... mentira!
Tú eres un ser entero. Tú eres lo que quieras
ser. Tú no puedes amar si sientes que en ti falta algo, porque ese
"amor" no será tal sino sólo la dependencia de algo sin lo que crees
que no puedes vivir.
¿Qué pasa? ¿Blancanieves no podía por sí misma
haberse enfrentado a la madrastra? ¿Huir lejos cuando el cazador le perdonó la
vida y empezar una nueva vida manteniéndose sola con un trabajo a tiempo
completo?
¿La Cenicienta no podría haber dicho hasta aquí
hemos llegado? ¿Limpiar la casa todo el día como una esclava por cero euros al
mes? Venga ya!! Me voy a buscar un trabajo en un súper que aunque paguen poco
es mejor que ésto.
Pero no. Ninguna de las maravillosas, bellísimas
y encantadoras princesitas de los cuentos de hadas tomó la decisión de acabar
con su prisión. Necesitaban una ayuda externa en forma de hombre valeroso (en
la mayoría de los casos tan insustancial en la historia, que ni siquiera
sabemos sus nombres) que fuera en su busca y le ofreciera un futuro de riquezas
y amor.
Todas nosotras sabemos que los cuentos acaban con
el felices para siempre, pero eso es sólo cierto a medias. Imagina que tú conoces
a un hombre y pasas 3 minutos exactos de tu tiempo con él (lo justo para el
beso que te despierte, o para que te ponga un zapatito de cristal) y ahí acaba
tu historia. Por supuesto que son felices, ¿por qué? Porque la realidad es que
el príncipe y la princesa son felices hasta que ella se enfada porque él pasa
demasiado tiempo de cacería, hasta que la hipoteca del castillo les hace
apretarse el cinturón y dejar de ir de fiesta palaciega en fiesta palaciega,
hasta que el hastío de los niños aparece en la vida de ella.
Los cuentos son sólo historias que se nos han ido
contando como mero modo de diversión, como manera de explicarles a los niños
que la fantasía puede existir, pero tan fuertes se han hecho que realmente
hemos llegado a creer que pueden hacerse realidad.
El milagro del cuento está únicamente en ti. En
tu capacidad para ser una naranja entera, una princesa que se remangue el
vestido y se saque sus castañas del fuego solita. Cuando hayas conseguido hacer
esto, aparecerá una persona que siendo naranja completa igual que tú quiera
compartir su vida contigo, no porque le das lo que no tiene, no porque te da lo
que te falta, sino porque juntos sois más felices que separados. Es tan
sencillo como eso. Piénsalo.
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