lunes, 6 de mayo de 2013

De princesas y leyendas

Cuenta la leyenda que hace cientos quizás miles de años en un planeta llamado Tierra, moraban dos tipos de seres en una convivencia pacífica.

Por un lado, los dioses habitaban el Olimpo. Desde su atalaya de conocimiento y poder, gobernaban los designios de los otros seres que aceptaban su hegemonía sin oponer resistencia.

Por otro lado, los hombres. Ellos no eran como en la actualidad, sino que se trataba de entes completamente redondos, con dos caras, cuatro brazos, cuatro piernas y dos órganos sexuales. En los inicios del mundo se consideraba a la hembra descendiente de la propia Tierra mientras que el macho lo era del Sol. Cada órgano del cuerpo conocido en la actualidad, estaba duplicado en ellos. Todos salvo uno: el corazón.

Con el paso del tiempo, estos seres arrogantes y faltos por completo de humildad decidieron usurpar el poder que hasta ese entonces les había correspondido a los dioses. Atentaron contra el Olimpo en un acto desesperado por conseguir lo que ni siquiera necesitaban, despertando la cólera de Zeus.

Apiadado por aquellos que compartían la tierra con ellos el dios de los dioses no se decidió a destruirlos, pero como manera de castigarlos les partió en dos. Desde ese instante los hombres vagamos por el mundo con dos brazos, dos piernas, un cerebro y la mitad de un corazón. Es por aquel castigo divino por el que nos vemos privados de un corazón entero y sentimos la necesidad de buscar a esa otra persona que nos haga sentir completos, de una vez y para siempre.

Quizás jamás en tu vida hayas escuchado esa historia pero créeme, la vives a diario. Nos han hecho creer que somos la mitad de un ser más desarrollado, más completo y mejor. El amor es compartir un alma en dos cuerpos, es sentir que el otro nos llena un vacío que sentíamos antes de conocerle. Es... es.... mentira!

Tú eres un ser entero. Tú eres lo que quieras ser. Tú no puedes amar si sientes que en ti falta algo, porque ese "amor" no será tal sino sólo la dependencia de algo sin lo que crees que no puedes vivir.

Desde nuestra más tierna infancia se nos narran cuentos de princesas que no podrían por sí mismas haber roto un hechizo, abandonar una vida de sufrimiento y esclavitud o ser felices, si no fuera porque un príncipe las rescató de un destino peor que la muerte.

¿Qué pasa? ¿Blancanieves no podía por sí misma haberse enfrentado a la madrastra? ¿Huir lejos cuando el cazador le perdonó la vida y empezar una nueva vida manteniéndose sola con un trabajo a tiempo completo?

¿La Cenicienta no podría haber dicho hasta aquí hemos llegado? ¿Limpiar la casa todo el día como una esclava por cero euros al mes? Venga ya!! Me voy a buscar un trabajo en un súper que aunque paguen poco es mejor que ésto.

Pero no. Ninguna de las maravillosas, bellísimas y encantadoras princesitas de los cuentos de hadas tomó la decisión de acabar con su prisión. Necesitaban una ayuda externa en forma de hombre valeroso (en la mayoría de los casos tan insustancial en la historia, que ni siquiera sabemos sus nombres) que fuera en su busca y le ofreciera un futuro de riquezas y amor.

Todas nosotras sabemos que los cuentos acaban con el felices para siempre, pero eso es sólo cierto a medias. Imagina que tú conoces a un hombre y pasas 3 minutos exactos de tu tiempo con él (lo justo para el beso que te despierte, o para que te ponga un zapatito de cristal) y ahí acaba tu historia. Por supuesto que son felices, ¿por qué? Porque la realidad es que el príncipe y la princesa son felices hasta que ella se enfada porque él pasa demasiado tiempo de cacería, hasta que la hipoteca del castillo les hace apretarse el cinturón y dejar de ir de fiesta palaciega en fiesta palaciega, hasta que el hastío de los niños aparece en la vida de ella.
Los cuentos son sólo historias que se nos han ido contando como mero modo de diversión, como manera de explicarles a los niños que la fantasía puede existir, pero tan fuertes se han hecho que realmente hemos llegado a creer que pueden hacerse realidad.

El milagro del cuento está únicamente en ti. En tu capacidad para ser una naranja entera, una princesa que se remangue el vestido y se saque sus castañas del fuego solita. Cuando hayas conseguido hacer esto, aparecerá una persona que siendo naranja completa igual que tú quiera compartir su vida contigo, no porque le das lo que no tiene, no porque te da lo que te falta, sino porque juntos sois más felices que separados. Es tan sencillo como eso. Piénsalo.

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