martes, 1 de abril de 2014

Eso no es justicia

Hace mucho tiempo que quería escribir una entrada sobre este tema, pero la verdad es que no sé como abordarlo de una manera no demasiado dura. Sé que recibiré críticas por este asunto, sobre todo de parte de mis pandoritas, por ser mujer y opinar como lo hago.

Tengo una opinión clara acerca del tema que quiero tocar, pero no sé si sabré plasmarla de la mejor manera posible. Sin embargo, en vez de darle vueltas voy a simplemente escribir, tratando de que el resultado sea lo mejor posible, a sabiendas de que probablemente no llegará con un sólo post.

Cuando dos personas deciden compartir su vida, ya sea mediante matrimonio o sólo con el inicio de la convivencia, todo está cargado de un profundo sentimiento de amor. La intención de ambos de que todo vaya bien, intentar compaginarse lo mejor que puedan y dar de sí mismo la parte menos dramática, menos celosa y menos protestona.

Empezáis un proyecto de futuro común, os compráis un piso, y decidís que es el momento de aumentar la familia. De repente ya no volvéis a ser dos, los besos en el sofá se llenan de babas y chupetes, los momentos de intimidad se usan para hablar de los avances del pequeño, las cenas se convierten en peleas por que acabe la comida que, habitualmente, o no le gusta o casualmente no le apetece. Pero sois felices. Más felices de lo que habíais sido nunca, pero más estresados también de lo que nunca os habíais encontrado.

Una vida entera depende de vosotros, una mente virgen que sólo os tiene a vosotros como referentes para crear ideas, imágenes, sentimientos, prejuicios y odios. Muchos padres y madres desconocen el poder que tienen sobre sus hijos sus comportamientos. Cuando los niños son muy pequeños parece que lo que digas o hagas en su presencia pasa desapercibido. Te equivocas. Los nenes son esponjas que absorben cada uno de los comportamientos que ven a su alrededor y tienden a repetirlos a lo largo de su vida, de manera subconsciente.

Si, por circunstancias de la vida, llega la separación de la pareja las cosas se complican muchísimo. Es una frase manida esa que dice que con las separaciones los que más sufren son los niños. Y no sólo está desgastada del uso, si no que de tanto decirla nos la hemos creído. No digo que no sea cierto, sólo que no tendría que serlo. No por aceptarla debemos hacerla parte de nosotros sin más.

Al romper con una pareja, siempre hay uno que rompe y otro que ve cómo ocurre. Puede que los dos se hayan dado cuenta de que las cosas no funcionan, pero si te fijas en casos que conoces, siempre hay uno que quiere seguir luchando y uno que se ha rendido. El luchador es el dejado.

De ahí surge el sentimiento. Puede ser de culpa, porque crees que empezaste a luchar demasiado tarde, o de odio por haber sido abandonado. La cosa es que los sentimientos no suelen ser buenos. Aquello de quedar como amigos, es muy bonito pero, suponiendo que pueda ocurrir en algún momento, jamás será en el momento de la ruptura.

Entiendo esos sentimientos, porque yo también los he sentido. Sin embargo, no por tenerlos te dedicas a odiar a todo el mundo, ni dejas que afecten al resto de personas que te siguen queriendo. O no deberías.

Sin embargo, cada día conozco a más personas que ven como ese odio se ceba, no sólo en ellos, si no en las personas más importantes de sus vidas: sus hijos.

Cuando una pareja se separa, ya sea por decisión de ella o de él, ella se queda con la casa, con una pensión por hijo y, lo que es más importante; con los niños. El padre se va del lugar que hasta entonces ha sido su hogar, tiene que buscarse un nuevo sitio para vivir (con el gasto que eso supone), pasar dinero mensual por cada uno de sus descendientes y conformarse con dos días a la semana con los pequeños, con suerte.

No digo que la ley está mal hecha, pero sí lo pienso. Soy mujer y aunque no soy madre, soy tía de dos niños que adoran a su madre, pero que también aman a su padre. Quiero a mi hermana con locura, pero no me parecería bien que mi cuñado tuviera que conformarse con las migajas de un amor paterno filial, que se mide en las horas entre las clases y la cena en casa de mamá.

Las leyes han facilitado a las mujeres el acceso a un divorcio fácil. Miles de caso de denuncias por violencia de género en falso, para lograr un juicio con divorcio rápido, una pensión casi vitalicia, una orden de alejamiento y a seguir con tu vida habiendo destrozado otra. No, lo siento, pero no me parece justo.

A día de hoy, las mujeres somos o deberíamos ser, independientes económicamente. Amar es darse de manera altruista, sin dinero, sin regalos, sin bienes materiales de por medio. Cuando llega el desamor la situación es toda la contraria. Con perdón de la palabra, parece que se trata de "crujir" al hombre en la medida de lo posible.

Si soy sincera, muchos hombres con los que he hablado han llevado mal tener que dejar su casa (que en muchos casos, han pagado sólo ellos) y tener que mantener en parte a su ex. Sin embargo, no les he oído quejarse tanto por ello como por la imposibilidad de ver a sus hijos cuando quieren. No sé lo que se siente siendo madre y jamás sabré lo que siente un padre, pero desde cualquier punto de vista, dos fines de semana al mes es insuficiente para ser totalmente partícipe de la educación de un niño.

Es fácil la demagogia de decir que los niños están mejor con las madres, pero eso ¿quién lo dice? ¿quién puede pensar que un padre no está capacitado para ejercer su labor, igual de bien o mejor que ella?

Parece ser que desde el pasado año, el poder legislativo, se está planteando facilitar la custodia compartida en casos de separaciones con hijos, pero lo cierto es que los resultados ni se ven ni se sienten. Lo que sí se siente es el dolor de un padre que no puede estar con su pequeño el día de su cumpleaños, porque no le toca; que tiene que ver en fotos el día que ganó un partido porque estaba con su madre y que tienen que gastar dinero en desplazarse a kilómetros de sus casas para abrazar a sus nenes, tan sólo unas horas.

Perdonádme Pandoritas pero no, eso no es justicia.

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