Que no, que no. Que ya no quiero saber más de Cupido, nada más del amor, nada más de las lágrimas que acompañan ese sentimiento absurdo que hace que veas en él lo que nunca fue.
Le conoces, y te hace gracia, y de ahí pasa a hacerte sonreír y ese es el pecado, es el problema, es el pistoletazo de salida, es la señal de alarma. No digo que ya no crea en el amor, ni que no quiera enamorarme. Digo que no me quiero dejar llevar.
¿Existirá el amor racional? ¿Podrás enamorarte como una loca, manteniendo la cordura cerebral? ¿Puede una persona dejarse llevar por el corazón, sin soltar el cordón que lo une a la mente? Si esperabais que yo os diera las respuestas, es que no me conocéis en absoluto. Las preguntas os las puedo dar, todas las que queráis, algunas incluso que jamás habéis pensado, pero respuestas me faltan, se me escapan.
Como sabéis los que me leéis he
llorado, probablemente menos de lo que debería por no permitírmelo, por amor.
No sé verme desde fuera, seguramente porque no quiero darme pena a mí misma por
no saber ver lo que viene cuando está cantado. Quizás por eso no le doy
demasiada importancia al daño que me hacen, lo relativizo con el paso del
tiempo, acabo pensando que he tenido mi parte de responsabilidad (cierto que
suelo adjudicarme más de la debida) e intento seguir adelante, sin pena ni
gloria.
Sin embargo, cuando las lágrimas
no son tuyas, cuando el rostro que se deshace en dolor es el de alguien a quien
quieres, las cosas cambian. Sé que mis decisiones sentimentales han hecho
sufrir a mucha gente y aún así, ni siquiera a eso le he dado la importancia que
tenía.
Dice un refrán que mal de muchos,
es consuelo de tontos. Miente. No me hace sentir mejor que otra persona pase
por las mismas penalidades que yo (eso demuestra que de tonta no tengo nada
no?), pero sí me despierta de mi ensoñación ver a alguien que me importa sufrir
por amor, como lo he hecho yo.
Cuenta la leyenda que los
psicólogos nos venden, que cuando sucede una ruptura sentimental hay que pasar
por varias fases para que el duelo sea sano (como si el dolor pudiera serlo).
No las recuerdo, pero me suena que había que pasar por la negación, el dolor,
la rabia y llegar a la aceptación.
Personalmente siempre he sido de
intentar acortar los pasos en la medida de lo posible, así que no me permito
tanta tontería e intento llegar a la aceptación a las buenas o a las malas,
engañándome, mintiéndome o inventándome maldades del otro, que me hagan pasar
página (o creer que lo he hecho) lo antes posible.
Hasta ahora, mi técnica consiste
en pasar los días, intentar sonreír cada vez que pueda y parar mis pensamientos
románticos en cuanto asoman a mi mente. Creo que no es la mejor técnica, no es
válida para cualquiera porque es cierto que hay personas que requieren sus
fases, sus tiempos, recrearse una temporada en su dolor para luego resurgir.
Pero a mí me vale.
No digo yo que los psicólogos
mientan o ignoren la realidad de los sentimientos, pero no son tan precisos
como un corazón herido necesita.
En mi entorno hay, a día de hoy,
una persona que sufre por desamor (por amor jamás se sufre) y su pregunta
constante es ¿cuánto tiempo pasa hasta que...? ¿Cuánto voy a tardar en dejar de
querer contarle todo? ¿Cuánto voy a tardar en no llorar por mi ex? ¿Cuánto voy
a tardar en lograr que me sea indiferente?
Me lo pregunta a mí, ni por
cercanía, ni por experiencia, sino porque sabe que no hace tanto que lo he
pasado, como para haber olvidado la temporalidad, que se entremezcla con los
recuerdos cuando ya lo has superado. Le contesto siempre la verdad, que no
tengo ni idea. Sólo sé que depende de ti, de tu actitud, de las ganas que
tengas de salir adelante. Pero a la persona dolorida que me pregunta con
lágrimas en los ojos, no le vale. Ella quiere que le diga que si soporta 3 días
más sin saber de su ex, se le pasará. Quiere que le mienta, como lo querría yo.
No hay varitas mágicas y aunque
estoy harta de decírselo, no puede entender que después de 15 días esté peor
que el primero, no comprende porque llora ante cada noticia de la vida de su ex
que conoce, pero sobre todo lo que no comprende es que la única persona
responsable de que todo esto le ocurra, es ella misma.
Nuestra mente forma parte de
nuestro cuerpo, pero es una parte follonera, malintencionada. No os riáis, lo
digo en serio. Cuando estás a dieta te dice que por comerte una pizza no pasará
nada, cuando te sientes un poco mal por algún virus, hace que creas que morirás
de dolor, y cuando estás sufriendo una ruptura se empeña en recordarte lo
bonito.
Ella, esa persona que me pregunta
a diario por los tiempos, es incapaz de plantarse frente a su mente y decirle
“que no, que no. Que él ya no era detallista, que me hacía llorar, que no me
quería, que no me daba lo que necesitaba para ser feliz.” Lo sabe, como lo
sabemos todas, pero no puede más que recordar aquellos primeros días de la
relación en los que él fingía ser más y ella exigía menos.
Así que a ti, que estás leyendo esto, a ti que tanto has sufrido, a ti
que sigues preguntándote por los tiempos, os diré que mi método quizás no sea
el mejor porque me cierra a una relación futura alocada, sentimental, basada
sólo en el sí porque sí, porque me endurece el corazón el no
querer nada más que pasar otro día, pero la tuya, la que te hace sufrir no es
tampoco la mejor manera de superarlo.
Hay un intermedio, un saber vivir
sin la otra persona, pasando o no por las fases, llegando o no a la
indiferencia, pero saliendo de eso fortalecida, habiendo aprendido no una, sino
miles de lecciones, orgullosa por haberlo superado y convencida de que hoy eres
mejor de lo que eras ayer, porque te pareces más a lo que quieres ser.
Como se consigue ese punto medio,
es un misterio para mí, no creo que esperaseis que os explicase el método,
porque eso seria daros una respuesta y, ya había dejado claro, que de eso yo no
tengo.
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